El delator

Quizás se empieza en el patio de la escuela, lloriqueando antes que defenderse, frente a la maestra para acusar al compañero de clase que le molesta y se termina, ya adulto, puliendo la hebilla del verdugo para que los azotes dejen marcas imborrables en la piel de la víctima.

No sé si habrá un catálogo de gente deleznable; pero es seguro que al delator se le debería reservar una silla en la zona VIP de la tragedia humana.

Peor que el torturador, quien goza vejando al prójimo por sadismo o dinero, el delator asume como suya una práctica horrible, que no le produce placer, sino envidia, desolación, hasta que el alma se le seca.

Conocí en el MAS a alguien que fue torturado en la dictadura perezjimenista, y me dijo que casi no recordaba el rostro de quienes le habían quemado el cuerpo con cigarros o le guindaban en el famoso ring para seguidamente propinarle electricidad.

“Pero sí me acuerdo, perfectamente, de quien me delató”.

Digo esto con asombro porque un periodista con quien trabajé en tres diarios y de quien nunca sospeché pudiera anidar tanta vileza en el alma, acaba de proponer en su cuenta de Instagram que:

“Si hay que cerrar medios de comunicación, bloquear las redes sociales y detener a los líderes opositores habrá que hacerlo, pero de inmediato”.

Coño, Wilmer, ¿tan bajo has caído para disparar contra tu propio gremio?

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