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Adelante

Microrrelatos en cuarentena

Así vivimos y narramos el confinamiento por covid-19 del año 2020

los periodistas venezolanos agrupados en Venezuelan Press.

Pase adelante, querido lector,

en este encierro, usted también es bienvenido.

microrrelatos en cuarentena

~ · ~

34 .- Nunca se sabe...

Autor: Ana Cafano

A casi cincuenta días de esta ya sobrepasada “cuarentena”, en la que todos sin excepción hemos perdido algo valioso (o demasiado) hemos descubierto el estruendo que hacen la realidad y el miedo cuando colisionan frente nuestros ojos, y la cantidad de recursos con los que estamos dotados para adaptarnos y sobreponernos. Al parecer, nos adentramos en una nueva realidad y es de esperar que, lo que antes nos parecía fantasía, ahora forma parte de nuestras vidas, sin más.

Mi amiga Mariela, fanática de las series de zombies, quien no se pierde un episodio por nada del mundo y vive de lleno la trama truculenta de esos guiones de ciencia ficción, me comentaba hace unos años, que ella cuando hacía la compra, siempre se llevaba a casa algunas latas y conservas extra y las dejaba almacenadas en un lugar secreto.

“Es que nunca se sabe”-me explicaba, “si algún día realmente aparecen  los zombies, yo me aseguro de tener provisiones, me atrinchero en casa y no tendré que arriesgarme a salir”. En mi familia, siempre que íbamos al súper, allí frente a los anaqueles, recordábamos entre risas y  burlas, el consejo de nuestra sabia y previsora amiga.

Un buen día, de visita en su casa y husmeando en su despensa,  nos descubrió riéndonos de su ocurrencia diciendo: “Está bien, es muy poco probable que puedan aparecer los “muertos vivientes” por las calles… pero sí puede venir una epidemia global que nos pille a todos desprevenidos en casa, y entonces o acordaréis de mí”.

~ · ~

33 .- Estoy atrapada, mas no congelada

Autor: Eva Gutiérrez

Dada la situación que se vive en Venezuela desde hace más de 20 años, me entró una locura en la mente: ¡Irme del país! Pero ¿a esta edad? ¿a hacer qué? ¿con qué me voy? ¿con cuánto me voy? ¿con quién cuento? Y lo más importante: ¿a dónde me voy? Terminé mi Máster y tomé la decisión. Dejar una vida atrás, una vida que disfruté. Sí, disfruté, porque pertenezco a la generación que más se ha visto afectada por los cambios sociopolíticos. Hoy me pregunto: ¿Dónde quedó todo eso? Estando en USA tomé la decisión de solicitar asilo, algo a lo que siempre estuve negada, pues el solo pensar en no poder regresar por varios años, me daban ganas de llorar. Pero también me daba ganas de llorar pensar que, al regresar, volvería el ataque de pánico que me dio, producto de las marchas, las persecuciones, amenazas y los gases lacrimógenos. Sentimientos encontrados. Me mudé a Texas, me casé, y ahora vivo en un pueblito muy tranquilo. Todo nuevo: país, idioma, cultura, educación y esposo. No es fácil. Nadie dijo que iba a ser fácil. Y aquí estoy, ATRAPADA, pero a Dios gracias, NO CONGELADA. Estudio inglés, doy mis talleres de Imagen y Voz personal y Online. ¿Que si lloro? Pues sí. Me hace falta mi hijo, mis hermanas, el calor de la venezolanidad y mi Ávila. ¡Tenemos el mejor país del mundo y me hace mucha falta!

~ · ~

32.- ¿Cuarentena?

Autor: Jimena González

Cuarenta no
han sido más de mil
los días de aislamiento
y prisión.

... Aunque dicen los rumores
que acabará en Abril.

Aquí aprendí a sobrevivir
sin Netflix.

Aquí entendí
que lo importante
es mantenerme con vida,
cuidar de ti y de mí.

Preparar mi mente
para cuando pueda salir,
a reconstruir
los restos apilados
del horrible virus
que azotó al país.

Sí, sí volveremos a reír.

Cabalgaremos Apure,
flotaremos Los Roques,
y escalaremos tepuyes.

Pero sobre todo:
estar allí,
para recordar
y poner
cada cosa en su lugar.

Decir la verdad.
No permitir
que la ambición
vuelva a quebrar
nuestro valor.

Dicen que este Abril
llega la libertad,
y esta vez no la pienso desaprovechar.

~ · ~

31.- Historia de las 8

Autor: Laura Vivas Andrade

Por esos días éramos ventanas. La de la señora del pelo cardado, la de la mujer rubia, la de la vieja con cara de amargada, la de la chica joven en albornoz, la del señor mayor que me contagiaba su entusiasmo al aplaudir; en la cita de las 8 nos habíamos convertido en habituales. La del abuelo era la ventana que encontraba justo al asomarme en ese patio de edificios. Algunas veces ya estaba aplaudiendo cuando yo llegaba, en otras primero veía encenderse la luz del salón y unos segundos después la figura aparecía en el marco. Saludaba entre aplauso y aplauso a las distintas ventanas, lo hacía con la familiaridad de quien conoce al otro, y al terminar siempre lo dejaba conversando con los demás sobre el día. Era el momento de compartir, el de esperar a las 8, salir a ser ventana y aplaudir.

Una tarde no lo vi asomarse, imaginé que lo habría pillado la hora en la ducha o poniendo una lavadora. Pero al día siguiente tampoco, ni al otro. A las dos semanas nos dejaron salir a la calle y ya los que éramos ventanas no volvimos a aparecer para aplaudir y saludar. Seguí mirando durante varias tardes a ver si lo veía aunque fuese de pasada en su casa. Un día estaban unos hombres con petos azules recogiendo los muebles y llevándose todo. Desde entonces el salón está vacío.

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30.- Por si se me olvidan los detalles 

Autor: Patricia Rondón Espín

La puerta está abierta, pero no puede salir… sí puede, no debe.

Los nervios le han brotado a flor de piel: le duele.

Hoy es afortunada: se encuentra en casa, como todos los días. No se levanta temprano, lee las noticias y ve un panorama que no pinta bien. Muchas cosas salieron mal, o pudieron hacerse mejor… y también peor. Quienes dirigen el mundo han cometido un rosario de errores ¿otros lo habrían hecho mejor? No está en sus manos ni es su decisión.

Le dicen que su mayor contribución consiste en quedarse en casa y ahí está. De nuevo es afortunada con su nevera y su alacena llenas. Se evalúa y está bien: nada le pasa, solo está encerrada. A muchos les va peor: a los enfermos, a los familiares de los fallecidos. El mundo es grande… y pobre, muchos estarán peor.

Así sigue su vida rara, su inmovilidad. Dicen que se concentre en su respiración y, de paso, que el aire está más limpio. Así que respira y confía. ¿Qué ganaría si no lo hace?, planea, estudia, lee, se distrae, conversa. Vuelve a evaluarse y sigue bien. También se prepara: para recibir malas noticias… y para recibir buenas y reactivarse.

Vista de cerca, la verdad, se prepara, ¡qué extraño!, para mejorar. Le dijeron “saldremos fortalecidos” y ella confió. En medio de tu violenta sacudida al mundo, coronavirus, ella observa y confía. Es realista, sabe que lastimas pero no lograrás derrotarlos.

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29.- Cuarentena para dos 

Autor: Ariana Guevara

En mi silla, estudio, trabajo. En mi silla, la mente se arremolina. En mi silla, de 9 a 5, de 8 a 3, de 5 a 12, ya no sé. En mi silla, el insomnio encuentra su sitio. En mi silla, el día me abandona. En mi silla, el sonido de sus pasos. Allí está él, tras de mí, mi león enjaulado.

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28.- Año 20 20, la sumatoria de una cuarentena donde los enjaulados somos nosotros

Autor del texto y foto: María Auxiliadora Villegas

Es el tiempo en que la naturaleza vuelve a su cauce y el animal racional y depredador pasa a estar enjaulado, como en su momento, muchos animales acostumbrados a ser libres en su ecosistema, lo hicieran al confinarlos en jaulas, para ser expuestos a la venta, exhibición y posterior comida para los seres humanos.

Manos inescrupulosas no entendieron y no terminan de aceptar que ellos pertenecen a este maravilloso mundo llamado Tierra y deben vivir en total libertad.

Sin que me quepa la menor duda, estamos viviendo momentos en que (mares, tierra, aire, animales) han sabido aguantar los destrozos del hombre por siglos y que al día de hoy, andan y viven deliberadamente a sus márgenes y anchas, dejando un claro mensaje de que si no cambiamos en cuestión de horas, nos extinguiremos en camada, sin la menor importancia, porque nadie estará para recordarnos.

¿Pues no? Nos están dando cuarenta días para pensar, en ser como antes; cuando la génesis. Nos están haciendo un llamado a la unión, al amor por la naturaleza y ser mejores personas en armonía y libertad, junto a ellos.

¿Cuesta aceptarlo? De ahí el desenlace de estos últimos días para reflexionar, y respirar profundo pensando cómo vamos a ser después de la tempestad.

Estamos ante una inminente prueba de fuego que muchos debemos pasar. Si perdonar, comenzar y seguir. O el continuar, destruir o morir.

Desde el confinamiento de mi casa. Marzo 20 20.

Autor: María Auxiliadora Villegas

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27.- Inédito 

Autor: Jacqueline Rivas

No quiero caer en el lugar común, no es consuelo saber que todo el planeta se encuentre con miedo, como yo.

Las frases trilladas parecen melodías, se repiten sin cesar, digno de un disco de platino.

Desde hace tiempo sabía lo que venía. Las estrellas allá arriba lo anunciaron. Será por eso que mi dolor es doble. Dolor, miedo hacen una combinación terrible, lo vives dos veces.

No es inédito la fiebre cuando perdí el trabajo, la preocupación de llegar a fin de mes, pagar el bono transporte, tener comida, sentarme en el sofá con dolor agudo en el pecho, pensando que me llega otro infarto.

Me siento joven para morir, sin embargo las neumonías anteriores, me señalan, me ponen en la franja de riesgo.

Entonces creo en la estrategia divina, en la manera sutil del universo, para obligarme a mi propia cuarentena permanente. No es inédito, llevo cuatro años en España viviendo de la caza, pesca y recolección, como los indios de mi país, eso me ha nutrido como ser humano.

Mi crisis permanente, gracias a Dios, me ha mostrado la tabla para surfear esta ola. Mi inventario, muy poco afuera, pero me siento plena por dentro. Reinventarme sabiendo que soy de la generación hibrida: gasolina y electricidad, para nada fácil. Pero unas palabras bailan en mi cabeza: hacer, dar lo mejor que somos. La motivación principal es despertar cada día, la intención despertar a muchos. Ahora cada día es inédito.

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26.- Cuarentena día 1. Estado de Alarma 

Autor: Adriana Ortiz Romero

No me duché. Estuve en pijama todo el día, así no lo lograré. Con la huella digital borrada de hacer scroll en Twitter, esperé por unas declaraciones presidenciales que prometían anunciar el confinamiento de España, o por lo menos de Madrid, desbordada de contagiados por el Coronavirus. Madrid, esa ciudad que no duerme, que te abraza con sus edificios de antaño que no sufrió los embates de la guerra como buena parte de Europa. Esa que te llena los pulmones de aire y la vista de colores con sus parques públicos. Madrid se prepara para la calma, para el silencio, para la angustia y quién sabe si la resurrección.

Los casi 7 años que he vivido en Madrid me han hecho valorar el bullicio de los bares, el solecito de las terrazas y ese cielo que solo se contempla aquí. Con sus veranos infernales y sus duros inviernos, que, por cierto, este nos trató de forma muy benevolente. Fue condescendiente para lo que vendría, nos dejó disfrutar de sus calles en un febrero que llegó a alcanzar 18 grados.

Ahora todo es novedad. Los equipos están listos para operar desde casa, ¡qué bien! Llegaremos a la modernidad del teletrabajo y nos ahorraremos horas de colas en transporte público. Empieza el nerviosismo con la compra en los supermercados, un déjà vu me toca la puerta en un rincón de mi memoria venezolana. No le presto atención. Se oyen cancelaciones y suspensión de vacaciones. Continuamos expectantes. Empieza el fin de semana.

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25.- Cigüeñas 

Autor: Mariela Díaz Romero

Entro en casa sin hacer ruido. Son las 8 am y tres niños duermen en una habitación. He cruzado calles desiertas y frías, he avistado a lo lejos alguna figura humana. Durante la pandemia, en este pueblo de la sierra madrileña, todos se esconden menos las cigüeñas que revolotean sobre los techos de las casas.

Preparo café y desde el baño mi hermana me saluda con la mano, se prepara para ir a su trabajo como farmacéutica. Al rato, nos reunimos para tomar la bebida caliente. Me pregunta por las novedades, pero la única que puedo contarle es que la enfermera con la que trabajo como cuidadora de su hijita, me ha regalado una mascarilla. La exhibo como un trofeo: mi hermana la observa, golosa. A ella también le han dado una que debe usar durante ocho horas, seis días a la semana.

Un mudo visitante habita en casa. Por ahora, no hay síntomas. Ayer jugábamos a los dados: si se manifestase ¿a dónde deberíamos ir? ¿Estar en casa, con el riesgo de contagiar a tres niños, o en la soledad del hospital?

Esta mañana fría de cielo blanco y nieve, las cigüeñas permanecen junto a sus nidos, calladas pero vigilantes. Mientras tanto, esperamos el desenlace. Podrá ser fiebre y tos. O facturas de cifras abultadas. O novedades, si es que la muerte es novedad.

Cuando salga el sol, las aves se lanzarán al vuelo y se escuchará el repiqueteo de sus picos como varas de madera que golpean el cielo.

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24.- Inoculados

Autor: Máximo Peña

"Cuando acabó la cuarentena los amantes decidieron quedarse en casa y bajar las persianas".

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23.- El temporal

Autor: Myriam Raquel González-Oviedo

Tic tac, tic tac, el reloj que sobrevive la vorágine de modernidad, avisa que transcurren veinte minutos del último día de marzo, de un año que presagiaba 20 sobre 20. Tormentoso como los transcurridos desde inició del mes, con viento misterioso que ruge entre concreto y arbustos, tan fuerte que animales espanta, mientras copos de nieve caen silentes.

Mica y Sauron, prestos a batir colas, salir a respirar aire fresco persiguiendo conejos silvestres, esta vez no demuestran entusiasmo; perciben la furia naturaleza cómplice del coronavirus que azota la madre patria, la España del olé, bonita, majestuosa, herencia de padres y abuelos.

Inoportuno temporal que arrasa calidez primaveral incipiente, florescencia y huertos, mermando más la productividad de una región que llora sus muertos. Cuántos sembradíos dirán adiós entre nevadas en primavera con horario de verano.

Adiós también de aquellos que sin calor de hogar se marchan como ángeles silentes; abuelos, esos “mayores” que otrora ostentaban poder y productividad en tierra de gracia.

El frío se ensaña contra la tibieza del sol primaveral, la pandemia desgarra fría y cruelmente el alma de sanitarios, pacientes, familiares y extraños. Corazones laten acelerados, toman conciencia, un día más siempre será uno menos y las arrugas aunque no dibujen la piel, permanecerán tatuadas en el alma.

Estaba ahí, arrullada por viento huracanado, lágrimas frías de agua nieve acariciaban su piel marchitada por el encierro e incertidumbre de cuándo cesará el temporal.

Afligida agradecía sentir el silencio sepulcral de cuarentena que obliga a conectar con Él. ¡Pasarás temporal!

Foto: Myriam González

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22.- Irremediablemente  

Autor: Norka Parra de Ansuini

Aquí, en nuestra querida cueva madrileña, tras 23 días de confinamiento voy siguiendo el avance imparable de este virus que nos ha metido en el cuerpo el miedo y la angustia ante lo impredecible.

Intento desconectarme, como recomiendan psiquiatras, y psicólogos. Cierro el ordenador, me alejo del móvil y enciendo el televisor. Busco películas ligeras, comedias que no tengan que ver con guerras, terror, asesinatos o invasiones extraterrestres. Las películas me traen a casa bellos lugares, pueblos o ciudades llenas de luces y de gente yendo libres, imbuidos en su propio mundo. Ese mundo que habitábamos antes de chocar con el virus terrorífico. Por instantes río, e incluso lloro con alguna que otra escena sentimental y dejo de lado lo que acontece en el Gregorio Marañón, en La Princesa y en la Paz, esos hospitales madrileños que son hoy zonas de guerra.

Pero, de pronto, el silencio y la soledad que impera en el exterior entran de nuevo a mi querida cueva.  Dura muy poco el aislamiento. Imposible no seguir conectada con el dolor que intuyo impera en el calvario de tantos allá afuera. Es inútil el esfuerzo de no sentir dolor por aquellos que, sin importar quienes sean o de donde vengan, están luchando por su vida, unos, y tratando de ganarle un partido a la muerte, otros.

Ese virus entró irremediablemente en nuestras vidas y le dio un cambio de 180 grados. ¿Para bien o para mal?  De nosotros depende.

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21.- Humus del aplauso 

Autor: Antonio Fernández

Se pone todo sobre la mesa: los garbanzos ya cocidos, el zumo de limón, el aceite de oliva, el tahini, el comino, el diente de ajo picadito, la sal, el bol, la batidora.

Escuchas los primeros aplausos. Ya son las ocho de la noche. Palmadas que marcan la tragedia y celebran a quienes la combaten.

Te olvidas del humus.

Sales al balcón y te unes al coro de manos. Miras a los vecinos participando de la liturgia en honor a la perseverancia y la esperanza que llevan días vistiendo bata, mascarillas, guantes y termómetros.

Sonríes a los vecinos. A algunos los reconoces. Te los cruzabas por la calle con el perro, o en la frutería de la esquina donde ahora hay carteles que no solo marcan nombre y precios sino advertencias y recomendaciones. Descubres que en aquella ventana que nunca has visto antes abierta hay una señora mayor con una camisa roja y aplaude y sonríe.

Repasas la calle solitaria, arriba, abajo, e intentas leer las caras de la gente en las ventanas.

El momento se extingue en las palmadas cada vez más tenues, como recordando que la muerte nos tomó desprevenidos, por la retaguardia, y ha sido tan rápida como fulminante.

Regresas a la cocina. Te enjugas las lágrimas. Respiras. Tomas la batidora.

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20.- Hoy

Autor del texto y foto: Hilda Larrazábal 

Hoy.

Un día maravilloso, los pájaros cantan, ustedes ríen, yo me esmero en su comida preferida. Esto no va a poder conmigo.

Hoy.

Un día lindo, me encanta verlos reír, vale la pena pasar tantos minutos juntos.

Hoy.

Decidí enseñarles sobre la bondad, regalamos galletas para alegrar a los vecinos.

Hoy.

Hicimos un hermoso cartel para recordarle al mundo que estamos bien.

Hoy.

Llueve, me costó un poco levantarme, pero por ustedes todo, por ustedes mi mejor sonrisa y creatividad para jugar.

Hoy.

El día está gris, me duele todo mi cuerpo, quiero gritar pero cuando me vieron con sus ojitos inocentes se asustaron. Sí, mamá no es perfecta.

Hoy, justo hoy, su tía mayor estaría cumpliendo años, su papá no me escucha porque está decidiendo quién se queda y quién deberá ver cómo lleva el pan a su casa, hoy se queda con una carga muy pesada que me traspasa a mí.

Hoy.

Agarré fuerzas para no permitirme una lágrima que me enferme, sino una sonrisa que me calme. Hoy pusimos música y bailamos juntos.

Hoy.

Nos acostamos temprano, y antes de ir a la cama y en silencio les confesé: “Avi y Bella, que tengan dulces sueños, puede que todo esto lo sea. Y recuerden que para ser feliz hace falta muy poco, cosquillas, papá, mamá, amor y unas deliciosas galletas.

Somos judíos, sabemos bien lo que es resistir.

Día 17 en cuarentena.

Foto: Hilda Larrazábal

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19.- Suena la alarma 

Autor: Leonora Araujo

5.55 am. Café, caliente que queme, antes de que los niños se despierten. ¿Habrá café suficiente hasta la próxima salida a comprar? Mejor cerciorarse. Igual queda instantáneo. Hacer la lista de lo indispensable. No olvidar postres y vino. Revisar las lecciones del colegio. Llegaron anoche. Habrá que imprimir algunas hojas. El tóner de la impresora se está agotando. Mejor las copio a mano. Algo de pereza me da. Para desayunar queda queso, huevos y harina para las arepas. Si hacemos muchas de una vez, mañana habrá menos cosas que hacer. Haremos muchas. Los huevos mejor para otro día: una omelette con los champiñones que aún sobreviven en el fondo de la gaveta. ¿Será que los viejos, en Caracas, tendrán huevos? Mi papá dijo que había conseguido. Eso fue hace cuatro días. Qué angustia que salga a comprar, un viejo de 83 años; pero si no lo hace, no comen. Ojalá se proteja suficiente. Evito pensar en lo terrible. Pienso en los que ya salieron: mis vecinos queridos. Una semana sin gusto y sin olfato. Fiebres leves y esporádicas y cansancio. Ya están bien. Ya están fuera; dentro de la casa, pero fuera de peligro. Uno de mis hijos tiene tos todas las noches. Pero siempre tiene tos en las noches cuando llega la primavera. No es el virus. Yo toso. Me ahogué con un sorbo de café. Tampoco es el virus. Hoy es mi cumpleaños. ¿A qué hora se irán a despertar los niños hoy? Miro el reloj 5.57 am.

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18.- Virus

Autor: Elizabeth Araujo 

Tengo, por ahora, la suerte de romper el confinamiento con solo pasar la calle y entrar al super que montaron en la otra acera, una semana antes de que estallara todo. Compro y salgo con margarina, una bolsa de ensalada, tres latas de atún y el pan calientico para amortiguar la cena. En el instante en que dejo pasar un coche para regresar a mi encierro, veo que hay un señor en mal estado que ruega por el suelto sobrante y no deja de mirarme. Porque he pagado por tarjeta o aún porque si tuviera monedas no se las daría por temor al contagio, finjo que no es a él a quien miro sino a otro lugar inventado proyectando mi vista por encima de su cabeza. Pero al cruzar la calle y a punto de meter la llave en el portón del edificio, esa parte que no nos gobierna y de noche no nos deja dormir y que en mi caso ha sabido de solidaridad, me obliga a voltear y a observarle. No sé cuándo y si fue por vergüenza hacia mí misma o por un acto consciente de la tragedia que hoy clava sus tenazas contra esta tierra que me ha dado acogida, vuelvo y le doy una moneda de 20 céntimos, que recibe con agrado pero en lugar de dar las gracias, me dice “cuídese, señora… el virus está en todas partes”. ¿Cuál virus?, me pregunto mientras vuelvo a cruzar la calle. ¿El del covid-19 o el de esta pobreza sumergida contra la cual habrá que luchar ahora con más fuerza sin mirar hacia el otro lado?
Mendigo

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17.- Aire

Autor: Omar Pineda

La joven que se ha sentado a metro y medio del sitio que ocupo, me mira de soslayo, no sin cierta curiosidad, de la forma que ella pretende sea un acto secreto. Pero es muy tarde. Ya la había captado primero, justo cuando desde la acera alzó su mano al conductor, y pude enredarme en sus cabellos negros y ondulados, la cara redonda y la mascarilla que ocultaba tal vez una boca atractiva y dientes blancos. Pasa el boleto por la máquina y escoge su puesto y presiento que vive atrapada en el miedo colectivo por el covid-19, de la misma forma como yo, o el tipo atlético que subió detrás de ella con un bolso como si viniese del gimnasio, o la señora de treinta y pico, que había ingresado antes con su niña de seis años que no para de hablar y del conductor, que ha puesto tanto celo en lo del contagio que exige que nadie se siente cerca de él y se exime de vender boletos para no manipular el dinero en efectivo. La chica se aventura, vuelve a observarme, y yo apenas le aguanto la mirada porque justo en ese instante me arreglo el tapabocas. “Es que en el aire hay un virus peligroso que es invisible”, responde la mamá a la niña, que no ha dejado de vernos con asombro, en medio de cierta tensión, cuando el bus se detiene en la parada de Virrei Amat. Otros pasajeros suben con mascarillas y la niña parece entrar en pánico e insiste, esta vez elevando el tono, ¿qué pasa entonces, mama… es que todos vamos a morir? La chica se levanta, imagino que debajo de la mascarilla me sonríe y desciende en la próxima parada. Contengo el aire y, al igual que la niña, me pregunto: “¿Será que en verdad ninguno de los pasajeros llegaremos a nuestro destino? Y pensar que ni siquiera le pregunté su nombre.

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16.- Tere

Autor: Sebastián de la Nuez 

Esta mañana, a primera hora, tras hacerme el café en la cocina del piso de Vallecas que habito con mi familia, miré a través de la puerta de vidrio que da a la terracita, hace L con el piso de al lado, el de la señora Tere, ustedes saben, estos edificios de obra social te obligan a convivir —todo se ve, todo se oye— con los vecinos, y eso, caramba, es un poco incómodo, no es como en los edificios de Caracas, qué va, el otro día Tere le trajo una bolsa de mandarinas a mi mujer, se la dejó en la puerta y le dijo luego, desde su casa, porque ella es muy respetuosa de la cuarentena, que allí se las había dejado, las naranjas estaban divinas, hoy le devuelvo la atención con unas arepas, le encantan las arepas a la vieja, en cuanto aparezca se lo anuncio, por eso he mirado, como venía diciendo, taza en mano, a través de la puerta de vidrio a ver si Tere se aparece y espero un ratico pero nada, me termino el café y nada, no sale la vieja, quien sale es un señor vestido de amarillo chillón que parece un astronauta, y luego otro, revisan la terraza, me ven, les pregunto, me explican lo que ha pasado y yo me quedo pensando que sí, que en estos edificios todo se oye, carajo, no es como en los edificios de Caracas, debe ser por eso que hay gente que prefiere morirse calladita para no molestar, eso tampoco debería ser así, Tere, los vecinos no solo estamos para escuchar tus historias en el zaguán, maja, también para atenderte en tu hora más solitaria, si al menos hubieses gritado, coño, Tere, apenas un quejido, y ahora a quién le hago las arepas, solo queda llorarte, esta otra mañana gris y las que vendrán, a primera hora, haciéndome el café en la cocina del piso de Vallecas que habito con mi familia, calladamente, para no despertarla, para no despertar a ningún vecino, sacrosanto silencio madrileño.

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15.- Imagen de un día no cualquiera

Autor: Maritza Tortolero

El sonido chirriante, de compás apesadumbrado de una, dos, tres manivelas movidas por un hombre con guantes y mascarilla. Dos pájaros trinan en una solitaria Puerta del Sol. El fuerte viento que no cesa y que bate todo, el cielo gris, turbio, oscuro un lunes a media mañana. Las banderas oficiales son puestas a media asta. Dos campanadas. Por decreto y por defecto, estamos de luto.

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14.- Cuarentena de introspección

Autor: Corina Gatti

Nunca imaginé que iba a vivir una pandemia global.
Cuando abordé el autobús venía hablando por el móvil y contando que estaba feliz porque había terminado mis prácticas y que, al fin, iba a comenzar un nuevo ciclo de mi vida de emigrante, como lo pedí en el brindis de la cena de noche vieja. Venía cantando de felicidad.
Entra otra llamada para darme una noticia: “Ha sido anulado tu contrato por Coronavirus”, me dijo la voz … ¿De qué va este bicharraco? ¿Qué se ha creído para frenar mi alegría? Pasé de un estado de euforia total a un estado de gran incertidumbre.
Pensé, cómo era posible que un virus me pudiera detener, ahora.
Ya hoy es mi día diecisiete en cuarentena con mi hijo, estamos bien, sanos, gracias a Dios… Esta enfermedad nos ha cambiado la vida y el pensamiento.
Definitivamente ya no seré la misma el 12 de abril, esta lección ha sido magistral para todos, será un antes y un después, y la agradezco.
He revisado mi armario interior, lo he ordenado y he pensado tanto en que las limpiezas son necesarias, sobre todo desempolvar las querencias. Elevando la mirada desde mi ventana viendo lo bonito del cielo de Madrid, le pido al Supremo que nos perdone para no llorar más pérdidas.
La tierra nos pasa factura, ella necesitaba un descanso y una limpieza de sus mares, ríos y aire. Nos lo está pidiendo con este grito. Yo lo escucho en mi interior.

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13.- 14 días

Autor: Golcar Rojas

Como maldición griega. Como sísifo subiendo la roca. Como Prometeo, cuyo hígado engulle el águila, una y otra vez. 14 días. Cada día pongo el marcador a cero. Pasaron 14 días desde el primer día. Luego, 14 días del segundo día. Y 14 días, desde el tercer día.
Así voy. Un día a la vez. Rehab. Intentando descubrir un síntoma. ¿Este dolorcito de cabeza? Ah, es por tanto recostarme a la cabecera de la cama. ¿Y estos estornudos? Por la primavera. ¿Y el ardor en la garganta? De tanto roncar.
Espero cada día superar los 14 días. Intento no toser, como si al toser, le abriera la puerta al mal. Carraspeo. Trago grueso. Disimulo la tos. Evito toser a cualquier costo. Esta agüita en la nariz es por el viento frío de la ventana.
Dicen que el virus tarda 14 días en empezar a manifestarse. 14 días viviendo con nosotros, en nosotros, como huésped polizón.
14 días, cada día. Es como desactivar cada noche una bomba de tiempo, cuyo reloj se activará automáticamente al día siguiente.
Ayer cumplí 14 días. Hoy cumplí 14 días. Mañana habré pasado 14 días. Nunca sabré qué día inicia la cuenta regresiva de los 14 días.

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12.- Para Ana

Autor: Mariángela Velásquez Melo

Te pienso.

No conozco de oración pero creo en el poder de la imaginación y la palabra.

Así que inhalo profundo. Y en cada exhalación, un ejército de puntitos rojos entran en tu torrente sanguíneo.

Tu allá y yo aquí, atravesando el lado oscuro de la luna. Andando aunque haga frío y nos de mucho miedo.

No dejamos de respirar. Cada exhalación es importante.

Los puntos rojos se multiplican y se convierten en células robustas que te recorren entera.

Cada respiración, tuya y mía, te repara, se convierte en una manta que te abriga.

Sigamos respirando hondo. Imaginemos puntos, estrellas y duendes mágicos.

Aunque aún no amanezca.

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11.- Check list

Autor del texto y foto: Carlos Hernández

Reviso mi bolsa antes de salir a trabajar, mascarilla tapabocas, guantes desechables, como se agotaron los de plástico, cada visita al súper me procuro un montón de los que usamos para tomar el pan o las verduras, botellitas con jabón, toallitas húmedas… la cámara, y el salvoconducto, importante. Listo, esta todo. Recordar no tocar nada, nada. Nada . Y la cara, menos. Y usar el boli, para puyar los botones del ascensor, de las paradas del bus, de las puertas de los trenes. Y evadir a la gente, no estamos en época de socializar ni con ánimo para ello, tampoco. 2 metros mínimo. Y si oyes que tosen mucho, huyamos por la derecha. O por la izquierda. Como Leoncio, el león.

Listo, a la calle. Hay un mundo en guerra ahí afuera, y las bombas son unos bichitos microscópicos.

Que dios nos coja confesados.

Foto: Carlos Hernández

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10.- Compañía incondicional  

Autor: Luis Alonso Lugo

Cuando escucha otros cuentos permanece totalmente impasible. Ni un gesto. Siempre inmóvil y en silencio. Pareciera indiferente. Bueno, tal vez sí lo sea. Se lo perdono porque a veces estoy ocupado con el trabajo y podemos pasar largas horas sin cruzar una palabra. Sin mala onda. Se ha convertido en una compañía incondicional. De verdad que sería imposible plantearse una cuarentena sin contar con ese apoyo irresoluto. Resuelve un problema tras otro. Sin pausa. Sin queja. Gestiona tareas grandes y proyectos pequeños con igual esfuerzo. Una eficiencia del 100%. Ya sé que solo podré sobrevivir la próxima cuarentena con mi alto pana, el microondas.

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9.- Conviviendo conmigo

Autor: Lorena Arraiz

Llevo 19 días en casa, meditando, bailando, pintando, cocinando, leyendo, tele trabajando, inventando, creando, haciendo yoga, kick boxing, cartas astrales, relatos, entrevistas, IG-Live, vídeo llamadas, mi árbol genealógico, asistiendo a conciertos, charlas, recitales de poesía... en definitiva, 19 días conviviendo conmigo. Descubriendo lo que verdaderamente me gusta y lo que no me gusta en lo absoluto. Dándome el espacio que siempre reclamaba histérica (sin decir nada). Respondiendo mis preguntas con paciencia y compasión. He jugado con la niña, he bailado con la adolescente, he hablado con la adulta que soy. Frente al espejo no hay una mujer, sino el reflejo de todo lo que yo misma he creído de mí. Lo que me han hecho creer y lo que yo he alimentado. Pero ¿Quién soy en realidad? ¿Cómo integrar a todas las que se reflejan allí, para que puedan convivir? Ese es el reto. ¿Han tenido que morir miles de personas para que yo lo entendiera? ¿Han tenido que morir miles de personas en todo el mundo para que nos preguntáramos lo que todos creíamos saber: ‘¿quién soy?’?

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8.- No quiero salir

Autor: Egleé Ortega Fernández

Después de quince días en casa, me puse los zarcillos y me pinté la boca. Bajar la basura prometía ser el momento perfecto para tomar un poco de sol y contactar con el mundo.

El parque completamente solo y con una cinta tipo CSI para mantenerlo cerrado, la cancha de baloncesto sin el bote de la pelota y la celebración por encestar, la mayoría de los balcones cerrados, ni un solo coche circulando y un señor que venía por mi acera que se cambió al verme venir a lo lejos. Así me recibió el mundo.

Al entrar a casa me sentí como si viniera de una escena de ciencia ficción, con el crudo sabor de la soledad y el ensordecedor sonido del completo silencio, y agradecí.

Agradecí por la paz de mi hogar, agradecí por la salud que tenemos y agradecí por ese refugio de donde definitivamente estamos a salvo. (De momento) No quiero salir.

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7.- Dirdam

Autor: Francesca Lo Truglio

Querida:
Sí, sé que múltiples veces prometí verte por siempre con ojos de turista:  Tres años y todavía me dejabas boquiabierta al recorrer tus calles con los mismos 36, 50 y 62 y con tus circulares C1 y C2.  No podía evitar preguntarme recurrentemente, con la nariz contra el vidrio andante en extremo frío o caliente, qué hacías para descubrirte a mis ojos, nueva y diferente, día tras día con tus amables bellezas antiguas, modernas, urbanas, pueblerinas...
Sí, ya sé, ahora son algo más de tres años; para ser exactos: tres años y tres meses... 33, número interesante, muy simbólico...
Y seré honesta, he olvidado un poco la promesa... tres meses empezando a verte con ojos rutinarios y, varias veces, mirándote solo desde mi ventana...
Tal vez te sientas algo ofendida y ya menos halagada, tal vez hace tres meses que no te digo que tu soleada y larga luz y tus decididos y envolventes azules me cobijan, me inyectan vida, me han hecho renacer amable y lentamente... y que por ello te estoy sumamente agradecida.
Vale, hagamos un pacto; esta vez lo juro y lo perjuro: ¡nunca más dejaré de verte como turista!
Eso sí, ¿podría pedirte a cambio que me y nos devuelvas tus bulliciosas y alegres ganas de vivir y que alejes esa tormentosa nube oscura de tragedia?
Anda, hazlo, quiero seguirte descubriendo y piropeando y, ¿porqué no? agradecidamente amando.

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6.- Maribel

Autor: Yamilet Herrera

Maribel está sola, muy sola, dice sentirse harta de ver la cocina desde su cama, en el minúsculo apartamento de 38 metros cuadrados que alguna vez fue para veranear.

No enciende la televisión, no quiere saber nada del coronavirus. No puede salir a tomar el sol, a mirar el mar, a compartir un café con las amigas.

Se mira al espejo y se reprocha estar fea. A sus 81 años aún es vanidosa y asegura tener un montón de años menos. Atribuye sus canas a que las peluquerías están cerradas, sus arrugas a que ha perdido cinco kilos, sus mejillas ajadas a que casi no usa la dentadura postiza porque es molesta.

Coloca un par de rollos en lo alto de su escaso y blanquísimo cabello, pinta sus labios de rojo, muy rojo, delinea sus cejas con un tono azul y cubre sus párpados con sombras brillantes.

Rompe el silencio con llantos repentinos. Reprocha a su novio haber tomado el coche aquella noche de hace 40 años y haberla dejado viuda sin haberse casado, aunque el vestido estaba listo y la boda organizada.

Besa la imagen de San Antonio una y mil veces, le habla, le reza, le ruega, mientras el maquillaje se desgasta, la breve ventana se oscurece y solo queda dormir y esperar que sea mañana, otra vez.

29 de marzo de 2020

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5.- Sonata y miedo

Autor: Lilian Rosales

Ayer encontré a Rogelia tosiendo con los codos sobre las rodillas y el mentón apoyado en un puño mientras su mirada se perdía por la ventana. 90 años y mucho que recordar, pensé. Si no fuera porque he estado veinte años supliendo la familia que perdió, diría que era solo eso. Pero al abrir la boca me alcanzó su miedo, y su déjà vu: “yo deseo al menos morir en paz”, refunfuñó con voz baja. Pero la escuché. Rogelia había sido profesora de música. Era culta y agradecida. Había sobrevivido a la guerra civil española y era un alma sola, nunca se casó. Por eso necesitaba de mi ayuda por estos días. Mientras dejaba algunos víveres en la cocina, insistió: “Me asomo a la ventada y pese a reconocer la ciudad, yo habito una otredad en este miedo que vuelve a pesar. Con esta peste, la soledad de allá ha vuelto y el ruidito brillante del silencio, ese agudo y finito que me achicharraba las ideas en días de encierro. A menos que me distraiga, se junta con el latido ahora ronco, viejo y podrido de mi corazón, como para reconstruir una melodía. Una tristísima melodía. La noche es enorme, ¿sabes? y yo solo quiero escuchar a Schubert”- replicó.
Ayer abrí las cortinas de su piso y encontré un viejo LP sobre la mesa, la Sonata Arpeggione. Dentro, un pósit con un “gracias” casi un garabato. A Rogelia se la llevaron al hospital, dije.
No hubo quien reclamara su cuerpo.

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4.- Quería Salir

Autor: José Ángel Cuadra

Quería salir para llenar su ego y despertó para aplaudir a otros.
Quería salir para ganar el sustento y despertó para brindar ayuda de la mejor manera.
Quería salir, para acompañar a quien está solo y despertó para darle el espacio que necesita.
Quería salir, para respirar un aire diferente y despertó para respirar aire de hogar.
Quería salir, para ir junto a quien tiene en su corazón y despertó para encontrarle en su propia morada.
Y ya no quiso salir.

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3.- Una hora más

Autor: Verónica Guzmán 

Una hora más.
A partir de hoy una hora más para vivir, para mirar el mundo.
Una hora más de pensamientos, sentimientos, de pasar las horas del confinamiento.
Una hora más para que miremos nuestro interior y cambiar.
Una hora más para que el bullicio de la ciudad regrese, las aves, el majestuoso sol madrileño, ese impresionante cielo azul.
Una hora más y volveremos a vibrar. Solo una hora más.

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2.- Selección innatural

Autor: Carleth Morales Senges

Aquel viernes no advirtió mi presencia. En la larga noche de fiesta y cante, de baile pegado y abrazos fundidos, de apurruños y besos, se coló, y escogió a otras almas. Nunca sabré en qué consistieron sus variables. Alto. Flaca. Débil. Erudita. Musculoso. Solo ella lo sabe. El miércoles después del contagio cayeron los primeros elegidos. Uno, dos, diez. Setenta y dos mil doscientos ochenta y cuatro. No me contaba entre ellos. Cuando embistió, simplemente en una esquina, yo ya estaba en cuarentena. Algo debo deberle a la vida, aun.

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1.- Había una vez y, esta 

Autor: Max Römer Pieretti

Este es un relato de una vez. Uno de esos de… había una vez, como empezaban las madres de los otros sus cuentos. La mía siempre hacía lo mismo. Se sentaba en la orilla de la cama, mis hermanos y yo de ojos abiertos y, oídos atentos. Siempre lo mismo. Ella con mirada pícara, la de esa vez y la de la otra, empezaba diciendo: Había una vez… y dejaba en suspenso el resto del cuento porque no acababa de decir una vez, cuando cerraba el cuento. Un cuento breve, brevísimo de había una vez, ¡truz! Y, esta vez.

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