Hoy, hace un año

Como iban las cosas lo menos que yo quería era despertarme sacudido por dos agentes del Sebin obstinados en llevarme preso. ¿Luce exagerado, verdad? Pues esa fue la angustia que nos atravesó como cuchilla en la yugular el 24 de mayo de 2015 cuando recibimos la llamada y decidimos abandonar el país. Días antes, la Fiscalía había intentado amedrentar a Teodoro Petkoff, mediante un oficio entregado en el periódico por unos policías, instándole a explicar el cargo que ejercía Omar Pineda en el directorio de TalCual. A mis compañeros de redacción le consta que no me asusté del todo, pero algo me inquietó. Un mes antes el capitán de aviación comercial Rodolfo González, ya retirado y 68 años, fue hallado muerto en una celda del Sebín en El Helicoide, donde lo arrojaron con acusaciones de golpista que la Fiscalía jamás logró demostrar. En la nota oficial sólo se habló de suicidio.

En nuestro caso, TalCual se estrenaba como Semanario y empezaba a caer en el agujero negro del odio que siembra Diosdado Cabello en su jardín: una tercera demanda, esta vez exageradamente costosa y con un tribunal en la punta de su pistola, impuso medidas cautelares que lesionan la altura moral de Teodoro Petkoff y de Manuel Puyana, amén de otros directivos, a quienes se les ha prohibido salir del país. Todo por la reproducción en la web de la información publicada por el diario español ABC, donde el exjefe de Seguridad de Cabello lo acusaba de narcotraficante. Aquí debo reconocer públicamente la labor entre quijotesca y heroica del doctor Humberto Mendoza D'Paola por defender la causa de TalCual frente a este tribunal de marras.

Por ello, el susto cuando la llamada en cuestión nos alertó que en uno de sus estallidos de mal de rabia, Diosdado Cabello había ordenado a su hacker localizar lo antes posible el URL de la computadora desde donde salían los tuits contra él.

Un día antes nos tocó convencer telefónicamente a nuestros hijos, en Dublin y Lyon, de que no había motivos para irnos y le mostramos por skype el apartamento abarrotado de libros que nos negábamos a abandonar. Pero las cosas sucedieron de manera rápida e inesperada. Elizabeth recibió la llamada, con el “váyanse cuanto antes” como advertencia final, porque se asomaba con certeza una citación de Fiscalía y seguro la imputación. Tras la respuesta de la Ardilla de que no disponíamos de dólares para comprar boletos de avión, esa persona le dijo “les doy la plata y ustedes verán cómo me la pagan”. Entonces sí añadimos más susto al miedo, porque la maldad ya conocida de Cabello podía materializarse. Sobre todo, en esos días cuando disponía del control total de la Asamblea Nacional.

Por eso cerramos la puerta, y tomamos un avión y por eso hoy miércoles 25 de mayo cumplimos un año lejos del país. No hicimos ruido, aun cuando debimos denunciarlo. Enemigos de la victimización y los ruidos, llegamos a Barcelona, intentando rehacer nuestras vidas. No somos héroes ni queremos serlo. Deseamos volver pero ignoramos qué pasará al traspasar el umbral de Maiquetía. ¿A quién le pregunto? ¿A Luisa Ortega Díaz?

Cuando se está afuera, involuntariamente o no, hay una parte de uno que se queda. Sabemos que el país arde por los cuatro costados, y que una banda de ladrones gobierna en complicidad con militares corruptos e instituciones en mano de oportunistas al servicio de Miraflores. Un año fuera de casa, hablando con familiares y amigos por WahtsApp. Elizabeth no logró estar en el entierro de su hermana Raquel, y una noche en el Metro se enteró que le habían matado un sobrino en Maracay.

Pues sí, cumplimos un año en Barcelona, una ciudad hermosa y acogedora. La primavera está por brotar, pero Venezuela sigue siendo el tema de las noches inconclusas. No nos alegra habernos ido, pero tampoco lloramos.