Así me reencontré con mi infancia en “El Circo de Hielo” de Madrid

Cuando era niña me encantaba el mes de diciembre. En mi “país tropical” no teníamos nieve, ni chimeneas, ni usábamos abrigos con bufandas o gorritos. Sin embargo, los referentes al invierno de los países del norte siempre estaban presentes en la decoración y las tarjetas de Navidad.

Bajo el radiante sol del oriente venezolano nunca faltaron, durante mis vacaciones escolares decembrinas, días enteros dedicados a leer cuentos y ver programas de televisión sobre El Expreso Polar, El Cascanueces, el Grinch, Rodolfo El Reno; y otras historias con temperaturas bajo cero.

Entre todos aquellos relatos, había dos que atesoraba profundamente porque año tras año me transmitían esa magia que llena de significado esta época del año: el “Cuento de Navidad” de Charles Dickens y “La Reina de las Nieves” de Hans Christian Andersen.

La primera es la historia de un alma fría, que se vuelve cálida al comprender lo más importante de nuestro tránsito por la vida. La segunda, habla de emociones que descongelan corazones y adultos que siguen siendo niños… ¿No se trata de eso, precisamente, la Navidad?

Ahora que vivo en Madrid, y el invierno está por llegar, me permito honrar a la niña que fui y he podido hacerlo, en gran medida, desde que fui a El Circo de Hielo; un espectáculo de Productores de Sonrisas que me recordó la transformación de Ebenezer Scrooge y la cálida resurrección de Kay gracias a los sentimientos de Gerda...

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